En un país con costa de extremo a extremo, reflexionar y ahondar en la relación del hombre con esta, resulta una tarea indispensable. Encontrar en las costas y las olas un espejo del pasado chileno. En los muertos que esconde su mar, una memoria acallada, que grita en cada espuma apagándose. Nuestra vida está marcada, de diversos modos, por la relación que hemos llevado durante años con el mar. Encontrar en él una respuesta o por lo menos un eco de la atrocidad de “el hombre” (tú, yo, en mayúscula y minúscula) es oficio de quien contempla y escucha. Una vez visto y digerido, estos versos se vuelcan ya salados por la brisa, mas con la misma rabia. “La catedral de encallada tristeza” se presenta como un poemario con una voz madura, pero nueva dentro de la poesía chilena, ya que se distancia de las voces de su generación, principalmente por el lugar desde donde enuncia el hablante. Me atrevo a decir que en estos versos encontramos una de las respuestas apagadas por la alegría, las nu