León era parte del ejército. Antes de ir a Italia con su esposa, el terror lo dejó soldado en el aeropuerto y perdió el pasaje. Ella se fue igual. -¡Cómo vamos a perder los dos pasajes!- le dijo. Él quedó ahí, pegado al suelo, cara impávida, piernas débiles y tiritonas, solo, pensando en la hermosa y hedionda Venecia, en el glamour de Milán, en su esposa con otro, en el Lago di Como, en la torre de Pisa y su absurda inclinación, en su esposa en cuatro, en su miedo incontrolable, en sus años de valiente piloto, en el eterno 73´, en su esposa de rodillas, rodeada de gondoleros blandiendo sus miembros. Volvió a su casa en taxi, destapó una cerveza y derramó un par de lágrimas. Él, piloto de la Fuerza Aérea de Chile, no era capaz de subirse a un avión. Cogió su arma de servicio, apretó el gatillo. Un ¡Viva Chile! sonaba en Italia.