He penetrado otros pellejos y volteado la carne he viajado por el intestino grueso de las ciudades y el vagabundaje de almas derrotadas. Se me han caído del ala izquierda del sombrero los espantapájaros de los demonios cotidianos que alejaban la desidia ante el aplastante paso del tiempo. Estuve bajo la rueda y en esquinas de calaveras visité también el frío de la propia caverna y vi mi cara entre las brasas casi extintas de los fuegos. Sudé la muerte piedra en mano arcilla, de frente mi frente sintió la respiración y el agrio aliento del sinmañana. ¿Acabaré olvidándome, entre las teclas de puro imbécil o volveré a ser del peñasco y tierra de los cerros caminados?