En la calle fuimos perdiendo el miedo, y entre el humo nos reconocimos. Los ojos brillaron iguales tras cada pasamontañas y no hubo color, edad ni género. Nunca más importó quién enciende el fuego, porque siempre hubo alguien para hacerlo, porque cada fósforo es arrojado por tu mano, por mi mano, por la idea de ver arder la injusticia. Al reconocernos cada uno en el otro, dejamos de ser masa y nos hicimos multitud, nos hicimos invencibles, porque las personas mueren pero no cesa la lucha, porque nuestros hijos, como nuestros padres, también llevarán esta capucha roñosa y empapada de gases, generación tras generación. Cómo asesinar lo que no tiene rostro, se preguntan cada noche, esperando que esto pase. Pero no pasa, y cada mañana amanece iluminada por el fuego de nuestras barricadas, ya son años de levantar sueños mientras ellos intentan descansar, son años de construir la pesadilla que no los deja cerrar los ojos. Las pupilas brillantes, siempre acechando, tras los dos huecos que de