Ir al contenido principal

Tres Formas del Odio

“En una sociedad donde prima la cordura, la única libertad es la locura. La psicopatía latente es nuestra última reserva natural, un lugar de refugio para la mente en peligro de extinción.” (J.G. Ballard)

Hay formas de adolescencia que pasan, propias de una edad, y otras que quedan en el cuerpo, en las formas, que acompañan incluso a la muerte. Adolecer, padecer, una enfermedad que crece y se impregna. Hay que estar enfermo para poder curarse. Yo no me he curado aún. A pesar de variados intentos, siempre creo que uno más será suficiente para quitármelos de encima. Hoy se cumplen dieciocho años desde esa primera vez. Dieciocho años escupiendo e insultando a dios, poniendo su nombre con minúscula como acto terrorista ortográfico, esperando provocar una mínima respuesta, esperando en vano una manifestación ínfima en el cosmos que lo subraye, pero nada pasa. El cobarde sigue impertérrito, inmutable.
Av. Portugal. Miércoles. 2:oo a.m.
Camino de regreso a mi departamento, sin prisa. Me espera un largo recorrido, y la velocidad no cambiará las distancias. Por la calle pasan pocos autos, es mitad de semana en Santiago y, como es costumbre, la ciudad duerme a estas horas. Hago dedo sin muchas expectativas, la desconfianza reinante, esa que dejaron los vecinos sapos y la delincuencia, aleja a la gente que sube desconocidos a sus autos. Una camioneta roja se detiene a mi lado. El conductor se ofrece a llevarme.
- ¿Pa dónde vay?
- Pa Grecia - le respondo.
- Ya…súbete. Mira que tení suerte, yo no voy pa allá, pero te llevo igual.
Me subo y cierro la puerta. Nos saludamos de manos y siento cómo me la estrangula con fuerza, solo para alardear. Lo miro detenidamente y noto que ha estado tomando, huele a pisco y habla arrastrado. Su pera tirita y tiene los ojos vidriosos, claramente lloraba. Me atrevo:
-         Disculpa la pregunta, ¿pero estái triste?
-         Se nota ¿cierto? Es que hoy se cumplen dos años desde que murió mi familia, no te imaginai lo que fue.
-         Si querí cuéntame – le digo, adivinando su propósito.
Se toma una pausa, como preparándose para recitar una historia mil veces contada.
- ¿Te acordai del accidente en Ensenada, cuando se cayó la carretera? Yo viví ese accidente. Era de noche, mis dos hijos iban durmiendo atrás, mi hija conversaba con su mamá, que iba sentada de copiloto. (Una sonrisa triste se dibuja en su boca) Hasta me acuerdo de la canción que íbamos escuchando. Iba pendiente de lo que conversaba mi mujer con mi hija. Se acababa de poner a pololear con un cabro, no me acuerdo bien de dónde era, pero era un cabro bien. No vi que la carretera se había desplomado, y caímos en el barranco de barro...en dos segundos escuché los gritos de cada uno, en cámara lenta vi a mis dos hijos que se despertaron cuando sus cabezas se azotaron contra las ventanas, mi hija salió disparada por el parabrisas, mi mujer se pegó contra la guantera… después, barro y quejidos, más gritos. Los autos iban cayendo sobre el nuestro. A lo único que atiné, fue a salir de mi auto y alejarme como pude. Después me desplomé inconsciente, y me desperté al otro día, en el hospital de Puerto Montt. Ahí me dijeron que fui el único sobreviviente de todos los autos que cayeron. – su voz, paulatinamente quebrándose, llegada a este punto sufre un cambio radical. - Ya, me hace mal esto – me dice con voz despabilada - ¿me acompañai a tomarme unas piscolas a la bomba de bencina? Tengo el pisco ahí, a tus pies, pero se me acabó el hielo.
-         Vamos – respondo, no sin vacilar antes. Ambos nos callamos un buen rato, hasta que él rompe el silencio.
-         ¿Y vení del carrete?
-         No, de la pega, trabajo en un bar. Mañana tengo clases temprano.
-         Jajajaja…te quedaste hasta tarde comiendo rico, jajajaja. ¿Y qué estudiai?
-         Fotografía – le digo, algo molesto por el comentario.
-         Ahhh! Tú erí de esos hippies. Por eso el pelo largo, los aros... si los conozco a ustedes. Y te apuesto que le tomai fotos en pelota a tu mina – me dice, mientras ríe de forma grotesca.
-         ¿Hippie? No pasa, ese es otro cuento.
-         Ya. ¿Sabí qué?, me caí bien. Oye, ¿y hací dedo seguío?
-         Si, más o menos. Es que a esta hora no andan micros, y generalmente camino hasta mi casa, total no es tan lejos. Igual si pasa un auto aprovecho de hacerle dedo, con que me acerquen un poco, estamos.
-         ¿Y no te da miedo hacer dedo sólo?
-         ¿Miedo de qué? – le pregunto, pensando en que el miedo lo tiene la gente al llevar.
-         No sé po. Ponte tú que te toca un weón medio loco, que existen. El weón es maricón, te saca la cresta y de ahí te viola. Cagaste no más po.
-         Si lo poní así, demás que sí. Pero intento no pensar en esas weás. Pa qué, no ayudan. Además es bien poco probable.
-         Pero no te pongai nervioso, o sea, no lo digo por mí, pero puede pasar.
-         Mmmm…demás.
-         En serio weón – vuelve a reírse. - Quédate tranquilo. Tú te veí un cabro buena onda, nada más, por eso lo digo. Sabí que me cae bien la gente que mantiene su posición hasta el final, esos son los únicos que valen la pena. Está lleno de weones que cambian con el viento, dicen una weá y piensan otra, o se arrepienten de weás que hicieron. Puros inconstantes. A esos yo los meo, respeto a los que se mantienen no más.
Nos callamos ambos, mientras recorremos las últimas cuadras que nos separan de la bomba de bencina. Hasta el momento, me mantengo expectante frente a este personaje bipolar, algo atraído por la curiosidad de la situación y la conversación. Él se baja por hielo, vuelve y prepara dos combinados. Me extiende uno.
-         Oye, a todo esto, ¿cómo te llamai? – pregunta.
-         Víctor ¿Y tú? – le respondo, rechazando el vaso.
-         Ya po, acepta la piscola. Yo soy Andrés. – acepto el vaso, mientras algo en mi me dice que me mantenga sobrio. Primer movimiento. Hago ademán de tomar, y saco el vaso fuera de la ventana. - Oye, ¿te sacaríai los aros por mi?
-         Qué estay diciendo, ni cagando – me acerco la piscola a los labios, pero no bebo. - No te conozco siquiera – saco el vaso fuera nuevamente y comienzo a voltear de a poco su líquido criollo. - ¿Puedo prender un pucho?
-         Sí, dale. Pero qué te importa, solo mientras estay conmigo, de ahí te los poní cuando te deje en tu casa. Si es un rato no más.
-         No, tú mismo acabai de decir hace un rato que respetabai a los firmes. Ya po, yo soy así, así me acabai de conocer, pa qué querí cambiarme ahora, o sea, si te gusta bien, si no me voy no más po.
-         No, no. Tranquilo. Es que te parecí mucho a mi hijo, al mayor. Tení los ojos de la misma forma, los colores. Eso sí mi hijo no tenía ni aros, ni pelo largo, ni barba… por eso quería que te los sacarai, no sé. Si no querí está bien.
-         No, prefiero que no. Igual está todo bien – le digo, mientras le extiendo el vaso ya vacío. -¿Otra piscola?
-         Es rico chupar ¿ah? Sobre todo cuando uno anda triste. Oye, y cuéntame algo de ti, ¿qué hací? – Andrés repite el ritual en ambos vasos.
-         Te dije, estudio Fotografía.
-         Ah, de veras, ¿y en dónde?
-         En la Afochi, Academia de fotografía chilena. ¿La conocí?
Andrés se exalta, como por algún recuerdo.
-   ¡Pero esa weá está llena de comunistas! Me caen mal esos weones. ¿Tú erí comunista?
-          No, está medio añejo ya eso. Los comunistas se quedaron pegados en su dialéctica. A estas alturas es difícil encontrar cabros de mi edad que se adhieran así a algún partido. No, a mi no me gusta nada la política, creo que es un circo de ineptos, o sea, los políticos, la política sí me gusta.
-          Si, yo creo lo mismo. Por eso cada vez que los políticos dejan alguna cagá, tenemos que llegar los del ejército a arreglarla, porque son unos weones sin actitud, que se dedican a puro hablar.
-          Pero yo no iba a eso. ¿Erí del ejército?
-          Sí, soy Boina Negra. ¿Conocí a los Boinas Negras? – saca su credencial del ejército, me la muestra orgulloso.- ¿Viste? Somos lo más selecto en combate dentro del ejército. Podemos matar a cualquiera sin esfuerzo – un silencio espeso entra en el auto, un vacío entra en mi. Segundo movimiento - Mira, ¿veí a ese guardia ahí sentado, tomándose un café?
-          Sí, ¿qué onda con él?
-          Ya, a ese weón lo mato antes de que se dé cuenta qué le pasó. Me bajo, entro como si nada, me acerco tranquilito por atrás, y con un corvito como este – lo saca de debajo de su asiento - le rajo el cuello - ríe satisfecho.- ¡En tres minutos está tieso!
-          Pero...pero pa qué pensai esas weás. Ese guardia no te ha hecho nada – le digo, mientras dos impulsos se debaten en mi.
-          Porque esos weones se creen rudos, creen que le ganan a alguien... puros frustrados. Todos esos guardias son weones que no pasaron en la Academia, son los desechados por flojos, por poco hombres. En cambio nosotros sí sabemos pelear, matamos a cualquiera sin problemas. Eso se llama decisión y actitud al combatir. Se me para un roto en la calle y me quiere asaltar, me lo cargo sin problemas. Piensa que cuando estaba mi General, nos paseábamos un grupo de compañeros Boinas por ahí por el canal San Carlos, y si veíamos a algún weón que nos molestaba o nos parecía medio roto, o maricón o lo que fuera, lo matábamos y lo tirábamos al canal. Total quién nos iba a decir algo, si hacíamos lo que queríamos, ¿somos o no somos los gatos plomos? – suelta una carcajada. Tercer movimiento y final. Ya no soy yo, o soy un yo distinto, algo me ha ocurrido y planeo el desenlace.- Igual me caíste bien, como que tení personalidad, me recordai mucho a mi hijo. Eso sí que mi hijo era más bien vestido, y con el pelo corto... y sin aros – Andrés calla, y llora unos segundos.- Ya, pero no vamos a llorar por eso, ¿ah? ¿Tú creí que soy poco hombre por llorar?
-          No, poniéndome en tu situación, es obvio que te de pena la muerte de tu familia, y que llorí por eso. ¿Llorai por eso cierto? – mi voz ha cambiado, una inocencia impostada y falsa sale de mi garganta. Prendo otro cigarro.
-          Voy a mear.
Andrés se baja del auto y entra en la bomba de bencina. Observo acaso raja la garganta del guardia, pero pasa a su lado, lo mira con desprecio y continúa hasta el baño. La transformación en mi ya es completa. Saco un frasco de veneno que traigo en mi mochila. Pensaba envenenar a las palomas de la azotea del edificio, pero esta ocasión es sublime. Vierto el polvo en su piscola. Andrés vuelve del baño y mientras se acomoda en el asiento, me dice:
-          Si po… si nosotros dos somos parecidos, yo cacho que tú tení algo.
-          No creo que nos parezcamos mucho Andrés, sin ofender. Ya, yo tengo clases mañana, me tengo que ir. Tú estai borracho ya. ¿Me llevai tú o me voy solo?
-          Pero espérate una piscola más, yo te llevo – dice, mientras me da un abrazo cómplice.- ¿Somos o no somos los gatos plomos?
-          Somos los gatos plomos. ¿Dame otra?
-          ¿Sabí que te quiero? Gracias Víctor.- Andrés posa su mano en mi muslo, se la retiro, al tiempo que le digo que la saque, con tono violento. Ya no hay nada que ocultar.- No, pero no pensí mal, si es pa hablar no más.
-          Ya, hablemos, pero la mano en el muslo no es necesaria. Te escucho de lo más bien así.- Sirvo dos piscolas, Andrés se ha tomado ya la suya.
-          Es que te quería pedir un beso, como de padre a hijo. Así, en el cachete.
Andrés se desmaya. Con dificultad logro moverlo al asiento del copiloto. Me subo en el asiento del conductor y manejo a lo alto de un mirador en Recoleta, cerca del cerro Blanco. En el camino balbucea sobre la gente que asesinó. Al llegar le tiro pisco en la cara para que despierte. Abre los ojos y le digo:
-          Así que te cargaste por lo menos a treinta y cinco personas. ¿Por qué me contaste esto a mí?
-          ¿Dónde estamos pendejo? ¡dónde me trajiste!
-          Responde lo que te pregunto.
Andrés se para y me golpea. Entre la borrachera y el veneno, cae al suelo, pesadamente. Reformulo mi pregunta, de forma directa, me queda poco tiempo y tengo que ir al grano.
-          ¿A cuántos weones hai violado?
-          ¡A ninguno, loco de mierda!
-          No te creo nada. ¿A cuántos pendejos te tiraste en los entrenamientos? Como si no lo supiera. Crecí con gente como tú, abusadores innatos. Tu forma de engrupir, me intentaste emborrachar, sé perfecto a dónde ibas. Incluso, si lo que me dijiste de tu hijo es verdad, que se parecía a mí, no me extrañaría que te lo hubieras tirado también.
-          ¡Hey, para ahí, con mi hijo muerto no te metís pendejo! Si me metí con él o no, no es cosa tuya. Suficiente tengo con haberlos dejado muriéndose en el auto. ¡Mocoso conchetumadre!
-          Tranquilo, lo que quiero en verdad es hablar un rato contigo, pero esta vez me escuchas tú. Esa es la única condición del juego.
Primero, me llevas a dedo, yo no te conozco, tú no me conoces. Me invitas…no, me pides que te acompañe a tomar un rato. Todo bien, pero empiezas con preguntas extrañas, y la historia de tu familia. Veo en tus ojos tu culpa. ¿Conoces esa palabra? No solo tienes culpa por lo que le ocurrió a tu familia, sino que llevas la culpa de todas las familias que quedaron incompletas por ti y tus amigos. Es una culpa que nace treinta años después, ¿sabí por qué? Porque te lo hai callado por años, de eso no se habla ¿no? Tu honor militar te ha impedido delatar, pero ellos te han dado de baja por loco, por maníaco depresivo extremo. Les encubres las espaldas mientras ellos te la dan, cosa fácil ¿no?, al menos por posición. Resulta que mientras te confesabas, te grabé. Esas, Andrés, son cosas que pesan - intenta levantarse, se resbala borracho y drogado. Queda tendido boca abajo, respirando con dificultad. - ¿Qué pasa? ¿te duele lo que digo, te cayó mal tanta piscola? Bueno, sigo. Te comienzas a engrupir a un joven, lo que me lleva a pensar que sí te tiraste a tu hijo. Me cuentas tus culpas como si fuese tu hijo, ¿tu hijo al que cuántas pajitas le pediste? Pero tu hijo no está, y yo no soy tu hijo - me agacho y le levanto la cabeza a Andrés, que cada vez tiene menos fuerzas.- ¡Mirame weón, mírame mientras podí! No tengo el pelo corto, no me visto tan bien, ¿te acordai? ¡No soy tu hijo! Soy tu ángel, Andrés, te traigo la calma. Mira, lee este frasquito, aquí dice clarito ¡CALMA! - Andrés vomita y balbucea - ¿Qué pasa, te duele la guata o no? Sí, es normal, está pasando. Lo bueno es que la calma que te traigo te deja opciones. Te va a matar seguro, pero de aquí a seis horas. Eso sí, son seis horas que vas a pasar pensando en lo que hiciste, sin poder hablar, sin poder moverte. Si tienes suerte, te encuentran antes, pero mañana la grabación será enviada de forma anónima a tu radio preferida, para que escuches a primera hora tus gracias, si te salvas. La otra opción que te da, aunque te quedan cuarenta minutos, creo, antes de que quedes inmóvil, es la de decidir tú quitarte la vida - Andrés vuelve a balbucear.- Sí, eso es, adivinaste. Puedes suicidarte ahora. Yo solo te doy las opciones, tú eliges, por primera vez, tú eliges.
Andrés se voltea, boca arriba, y comienza a rezar. Sus palabras apenas salen de su boca pastosa:
-          Señor, tú que todo lo sabes y todo lo ves…
-          Amén – lo interrumpo.
-          No, no. Espera.
-          Se te acaba el tiempo, creo que eran menos de cuarenta. A ver, si te lo has estado tomando desde las dos y media…son las cuatro…- Andrés ha comenzado a acercarse a la ladera del cerro, dispuesto a suicidarse.- no,  deberías empezar a quedar tieso… ¡ahora! – una risa sale de mí, irreconocible. - Bueno Andrés, supongo que eso fue todo.
Un impulso me hace acercarme al cuerpo inmóvil de Andrés, consciente aún. De un puntapié lo arrojo ladera abajo.



¡Cómo hubiese disfrutado ese desenlace!. Sin embargo, a la segunda piscola me bajo del auto, mientras Andrés va a mear. Me subo a la primera micro y me alejo de ahí. Mi cabeza, algo confundida, se duerme. Despierto en Las Vizcachas, cuando noto dónde estoy, adivino el largo recorrido de vuelta. Cierro los ojos nuevamente, serpientes entrelazadas copulan en mi mente.

Comentarios

  1. 3 lucas a q Andrés se llamaba primero Rodrigo..!

    ResponderEliminar
  2. jajajajjajaja... de echo, pero cómo lo supiste?

    ResponderEliminar
  3. pq tengo superpoderes po, que otra explicación puede haber?

    ResponderEliminar
  4. jajajajja, ya po, en serio!
    eres bruja!

    ResponderEliminar
  5. se te quedó en un párrafo po jajajaja

    ".. Te dije, estudio Fotografía.
    - Ah, de veras, ¿y en dónde?
    - En la Afochi, Academia de fotografía chilena. ¿La conocí?
    Rodrigo se exalta, como por algún recuerdo."

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Video clip oficial "A mí también me duele Chile"

Dirigido por Maritza Farías Cerpa. Segundo sencillo del album "La última cena de los buitres" (Sello Precario, 2019).

La voz de un texto

Charla realizada en el Centro Cultural Matta en el marco de "Volumen. Escena Editada", Buenos Aires, Argentina. Humberto Maturana es un destacado biólogo y filósofo chileno, reconocido mundialmente por introducir el concepto de autopoiesis en las ciencias. Sin ánimo de alejarme del punto central que nos convoca hoy, definamos brevemente este concepto: es la cualidad de un sistema capaz de reproducirse y mantenerse por sí mismo. Hace unos años, en una conferencia que daba Maturana en el Parque Quinta Normal, le preguntaron por el lenguaje como parte del proceso autopoiético del ser humano, el lenguaje como formador de naciones y tradiciones. La necesidad de comunicar para reafirmar la existencia, el Yo proyectado en relación, materializado. Respondió el biólogo que las palabras literalmente nos tocan, que el sonido viaja en ondas que nos atraviesan y que tocan nuestros oídos. De esta forma, la audición derivaría del tacto, y nuestros oídos serían herencia de las

Entrevista en Colombia "Revista Música"

Entrevista con Sara Melguizo en programa Revista Música de UNRADIO, Colombia. Pinche aquí Foto de Macarena Reyes