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Fragmento 2 de Tres Formas Del Odio

Aquí un segundo fragmento, más caliente, de lo que será la novela.



Una vez a la semana, desde los quince hasta los dieciocho, tengo mi terapia de descarga. Me junto con Diego, Chapa, Arturo y Pepe a ensayar las canciones de nuestra banda. Escribo las letras y canto, más bien grito y escupo toda mi rabia al ritmo de melodías punk rock. Durante la semana aguanto como puedo las largas horas en el colegio. Los fines de semana me junto con mis amigos y la fiesta comienza. Ensayamos durante horas junto a otra banda punk, con la cual compartimos tocatas y escenarios. Las sesiones comienzan a las diez de la mañana y acaban cerca de las once de la noche. Junto con los primeros acordes se destapan las primeras botellas de cerveza, que son acompañadas de marraquetas que se multiplican solas. Los pitos nunca faltan. Una mediagua forrada de lienzos nos sirve de sala de ensayo y cobija la frustración de todo el grupo. Estamos lejos de ser una banda virtuosa, pero el fuego que emanamos al tocar, el cómo cada uno vota todo lo negro que tiene acumulado haciendo de su instrumento un catalizador, es suficiente para hacernos felices. Cada banda toca el tiempo que quiera. Generalmente nos detenemos cuando ya estoy demasiado afónico para seguir cantando, o cuando Diego ya no da más después de darle durante dos horas a la batería. Entonces salimos donde está el resto del grupo, continuamos tomando cerveza, discutiendo de todo y riendo. Marcel, Píldora, Conejo y Lázaro tocan, y el punk suena como telón de fondo mientras nos vamos emborrachando y soñamos con cambiar algo. Hablamos de Bakunin, Proudhon y Chomsky. Vestidos de bototos, cinturones y chaquetas con remaches, pulseras y cadenas, somos los protagonistas de nuestro propio carnaval. Los aros y tatuajes le recuerdan al cuerpo que está vivo, cicatrices elegidas que nos recordarán quiénes fuimos. Bailamos canciones de Sin Dios, Misfits, The Clash, BBS Paranoicos, Fun People y Los Peores de Chile. Coreo lo que se transformará en la bibliografía de mi adolescencia. En el punk mi nihilismo encuentra un punto de fuga. La transgresión estética y musical, llevada a cabo de modo simple, logra mostrarme una abertura pequeña que luego se iría rasgando para tragarme consigo. Las letras de las canciones son mi primer acercamiento con el existencialismo y el anarquismo como corrientes de pensamiento. En la combinación de las temáticas con la musicalización, me parece encontrar una teoría aplicada. El punk pasa a personificar la angustia de estar vivo y cataliza esa angustia. Potencia creadora, destruir y construir. Es cortar cabezas para que florezca el jardín, porque es el tiempo de las rosas. El baile que acompaña al ritmo de la batería, danza macabra adornada por ráfagas de disparos que nacen de las afiladas guitarras. En el exceso nos entregamos a la fiesta dionisíaca que protagonizan nuestras pasiones. Los invitados somos los de las orillas, los que no se reconocen en ningún lado, los que no pertenecen. Cada uno juega el personaje que quiere, la idea es llegar hasta el final. Erotismo en cada gesto, subyacente la violencia.
Una amiga del Conejo me mira hace un rato. Cuando lo noto, pasa una mano por su culo y se muerde el labio. Me acerco y la abrazo por la cintura. Le doy un beso en el cuello y nos vamos al baño. Apenas entramos, me levanta la polera y me muerde los pezones, mientras clava sus uñas en mi ingle. Devuelvo el ataque con dos dedos que se meten ávidos bajo sus sostenes y jugueteo con sus tetas ansiosas. Mi boca se acerca a la suya, su lengua acaricia la mía. Ambos sabemos a cerveza. Sus manos no han dejado de moverse desde mi cintura hacia abajo, dando suaves masajes al bulto en mis jeans a estas alturas demasiado ajustados. La volteo y se aferra al lavamanos, arqueando hacia adelante su espalda. Levanto su mini, corro el diminuto calzón lo suficiente para que mi lengua recorra precisa cada rincón. Húmeda y tibia su furia, acompañada de espasmos y unos gemidos ahogados, me entrega toda su delicia. Su culo se dilata y se contrae, su clítoris curioso se asoma. Se da vuelta y me besa, me bebe. Desabrocha mis pantalones, al bajarlos mi príapo se exhibe enhiesto, con una lágrima metálica en su punta. Me siento, sin dejar de sentir con la yema de mis dedos su interior. La punta de su lengua se acerca lento a la gota brillante, al hacer contacto, envuelve mi glande con preciso movimiento. Me mira acechante, como diciéndome “Atrévete”. De fondo escucho a Iggy cantando “Gimme danger little stranger…” Muerde mi muslo y vuelve a subir, su mano derecha me aprieta mientras sube y baja al ritmo de la canción, sus labios devoran centímetro a centímetro mi miembro, partícula a partícula mi cabeza. La detengo, le saco los calzones y la siento sobre mí. Un calor brota desde la médula cuando entro en ella, se electriza el cuerpo. Mete uno de sus pezones entre mis dientes mientras dice “muerde”. Sus caderas se sacuden a ritmo constante, aprieta su cuerpo transpirado contra mi pelvis y muerde mi cuello. Sus piernas me rodean los riñones con decisión, para sensibilizar aún más, para sentir el detalle del placer en cada milímetro de piel. Embisto una y otra vez, su anillo de carne me aprisiona con más fuerza. Un hilo de voz logra ser articulado sobre mi oreja: “No te vayai adentro”. Su respiración se hace entrecortada, vaticina lo que viene. Aguanta la respiración un último instante y explota. Nos desacoplamos y un rocío de sus jugos salta hacia mí. Meto mi cabeza entre sus muslos y lamo su llanto espeso. Se estremece conmigo en medio de sus piernas, se vacía toda. Mi dardo, hinchado de sangre, quiere disparar. Ella lo nota, al mirarlo, comienza a hacer movimientos circulares con sus dedos en mi perineo, mientras acerca sus empinadas tetas a mi sexo. Lo acomoda entre ellas, sin dejar de tocarme. Un par de roces de su lengua me llevan al delirio, y descargo el blanco líquido hirviente, mientras exhalo con fuerza. Por un momento desaparezco. Soy incorpóreo y habito el silencio. Vuelvo a abrir los ojos. Sus tetas están empapadas, su mano sigue recorriéndome, mientras palpito abajo. Nos miramos y reímos a carcajadas, nos damos un último beso, acaso menos caliente, más satisfecho.

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