¿Es el instante algo realmente fugaz? ¿Permanece el instante sólo presente en nuestra memoria? ¿Posee el instante un tiempo determinado, cuantificable, o es acaso un tiempo sin tiempo?
Al leer el Elogio de la Sombra de Jorge Luis Borges, vemos un tema que se repite incansablemente, y este es el instante. Pero qué entiende Borges por instante. En el presente ensayo, se intentará demostrar que el instante en Borges no sería un momento fugaz, sino la circularidad máxima del tiempo.
Así, cuando comenzamos a leer Elogio de la Sombra, se nos hace imposible no cuestionarnos la concepción de instante que posee Borges al encontrarnos con:
En un día del hombre están los días
del tiempo, desde aquel inconcebible
día inicial del tiempo, en que un terrible
Dios prefijó los días y agonías
hasta aquel otro en que el ubicuo río
del tiempo terrenal torne a su fuente,
que es lo Eterno, y se apague en el presente,
el futuro, el ayer, lo que ahora es mío [...]
(Borges, 35).
Comenzamos a ver así, como primera característica, la distinción aristotélica de tiempo, entre arjé, comienzo del instante, y télos, punto de reposo del movimiento, origen último del instante. Pero esta distinción la vemos antecedida de la frase: “En un día del hombre están los días del tiempo[...]” lo que ya comienza a darnos luces de una ambigüedad en el supuesto instante pasajero, que como dice el propio Borges más adelante, tornará a su fuente, la Eternidad, donde las distinciones entre presente, futuro y ayer desaparecen, y sólo es instante. Así, vislumbramos que instante comienza a alejarse de la concepción típica, momento fugaz, para comenzar a adentrarse en algo mucho más profundo, donde: “Se trata de un punto en la eternidad, o también de la eternidad en un punto” en que: “[...] el instante es concebido como un devenir en que todo es y nada es; un devenir donde se muere para vivir y se vive para morir.” (Valdés, s/n). Entramos entonces en una circularidad temporal en donde el instante vive, muere, pero permanece, en donde: “Hoy es ayer. Eres los otros / Cuyo rostro es el polvo. Eres los muertos.” (Borges, 74) Al repetirse el instante, el hombre que vive en un determinado instante, se transforma en otro hombre de otro instante anterior, que, en el fondo, es el mismo. Así, los muertos de ayer son los vivos de hoy, y los muertos de hoy son los vivos de ayer “[...] en cuyo espejo de agua se repiten / unas pocas imágenes eternas.” (Borges, 74).
Esta misma idea la vamos viendo repetida en varios versos de Borges, en los cuales leemos:
[...] Qué importa nuestra cobardía si hay en la tierra
un solo hombre valiente,
qué importa la tristeza si hubo en el tiempo
alguien que se dijo feliz,
qué importa mi perdida generación,
ese vago espejo,
si tus libros la justifican.
Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos
que ha rescatado tu obstinado rigor.
Soy los que no conoces y los que salvas.
(Borges, 116).
Qué le importa a Borges que en este instante pasen cosas, si ya han pasado otras antes (o simultáneamente) que las justifican. Borges pasa así a ser los instantes y personas que ya fueron, son y serán, porque todo es uno y uno es todo, porque está inmerso en un universo cíclico, metatemporal, en el cual dialoga con los muertos y los vivos, con el presente y con el pasado (y por qué no, con el futuro). Borges nos introduce en una especie de espiral metafísico, en el cual giramos yendo de adelante hacia atrás, y luego nuevamente hacia adelante, en un movimiento de constante ir y venir, en el que los instantes pierden su condición amarrada al tiempo, ya que: “[...] es el instante existencial, intemporal, que no sólo anula, sino que aniquila la duración.” (Kierkegaard, 76).
Al decir que aniquila la duración, se entiende que destruye la duración en cuanto cuantificable en el tiempo, por eso Kierkegaard dice que es intemporal.
Al hablar de instante en Elogio de la Sombra, es imposible no nombrar el poema titulado “Buenos Aires”, en el que Borges, a partir de la pregunta: “¿Qué será Buenos Aires?” comienza a “describirla”, si así podemos llamarlo, mediante una serie de instantes que logran definirnos que es, fue y será la ciudad que tanto lo ha marcado, de la que ya nos habló en Fervor de Buenos Aires. Así, Borges nos representa la ciudad con una serie de instantes sin cronología aparente:
[...] Es la Plaza de Mayo a la que volvieron, después de haber guerreado / en el continente, hombres cansados y felices.[...] Es la vereda de Quintana en la que mi padre, que había estado / ciego, lloró, porque veía las antiguas estrellas./ Es una puerta numerada, detrás de la cual, en la oscuridad, pasé / diez días y diez noches, inmóvil, días y noches que son en / la memoria un instante. [...] Es el día en que dejamos a una mujer y el día en que una mujer / nos dejó. [...] Es una alta casa del Sur en la que mi mujer y yo traducimos a / Whitman, cuyo gran eco ojalá reverbere en esta página. [...] es lo que se ha perdido y lo / que será [...] (Borges, 127-129).
Es en este poema donde logramos ver, quizás, la esencia del instante en Borges, ya que no sólo está construido de instantes, lo que de por sí conlleva la idea de que estos permanecen, sino que además nos da la clave de que estos instantes en sí mismos son intemporales, con versos como: “[...] es lo que se ha perdido y lo / que será [...]” o “[...] Es el día en que dejamos a una mujer y el día en que una mujer / nos dejó.” En estos versos vemos por ejemplo, la simultaneidad temporalmente imposible, en la que en un mismo día dejamos y somos dejados, y en la que lo perdido (no-ser) será, incluyendo así también al futuro. Es así como el instante comienza a transformarse en un imposible que es sinónimo de existencia, de re-nacimiento, es símbolo del despertar del sueño profundo del no-ser, que, al llevar en sí mismo la idea de ser, también es.
Estos instantes que fueron, también son en la actual Buenos Aires, y serán en una Buenos Aires futura, son instantes que han olvidado su pertenencia a un determinado tiempo-espacio, para correr en una carrera (valga la redundancia) contra el olvido y la fugacidad, para escapar de la fragilidad de la memoria y hacerse permanentes, tatuarse no como recuerdos, sino como instantes latentes aún, ya sean heridas que todavía sangran, ojos que aún lloran, lápices que se quedaron escribiendo en el tiempo sin que se les agotara la tinta, risas que se escuchan como recién comenzadas, que no son eco lejano.
Cuando el instante comienza, se eterniza, se multiplica a sí mismo hacia el infinito, se inmortaliza a pesar de morir: “El instante se extingue al momento que surge; su nacimiento es su propio aniquilamiento.” (Valdés, s/n). Si el instante se aniquila al momento de nacer, se anula, y es esta anulación la que lo lleva a eternizarse, ya que, como se dijo anteriormente, es desde el no-ser, que en sí implica al ser, que el instante comienza a ser. O en palabras de Valdés: “Si hay una necesidad en el instante, esta será que antes del Ser sea la Nada [...]” Esto es, que antes del ser, sea el no-ser.
En conclusión, podemos darnos cuenta de que el instante en Borges efectivamente no es un momento fugaz, sino que está visto como la circularidad temporal, dentro de la cual los instantes perduran fuera del tiempo-espacio que nosotros manejamos, transformándose así en restos que contrastan con la mortalidad humana propiamente tal, gracias a su carácter eterno, incansable, inmortal. Esto mismo nos lleva a una duda existencial, en la que podríamos imaginar, como una imagen casi cinematográfica, infinita cantidad de instantes flotando en alguna dimensión, infinita cantidad de instantes que en realidad son uno sólo, son multitud e individualidad a la vez, son vida y muerte, luz y sombra... pero permanecen en la sombra, están ahí, y no somos capaces de notarlo. Borges sí, tal vez por eso escribió este Elogio de la sombra, porque descubrió en ella los instantes (el instante) y su devenir.
Bibliografía:
· Borges, Jorge Luis. Elogio de la Sombra. EMECÉ. Buenos Aires, 1969.
· Kierkegaard, Sören. "Migajas filosóficas". Editorial Trotta. Madrid, 1997.
· Valdés, Erick. “El instante en Kierkegaard: un tiempo sin tiempo”. Seis migajas Kierkegaardianas. Publicaciones especiales Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, Nº 96. 2006.
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